Se cumplen cinco años desde que la Organización Mundial de la Salud (OMS) fuera alertada sobre los primeros casos de una misteriosa neumonía en Wuhan, China. Lo que comenzó como un brote local se convirtió rápidamente en una pandemia global, el COVID-19, que ha dejado una profunda huella en la humanidad.
Según los últimos datos de la OMS, la pandemia ha causado más de 7 millones de muertes a nivel mundial, aunque se estima que la cifra real podría ser mucho mayor debido a la subnotificación de casos, especialmente en los países de bajos ingresos.

El COVID-19 ha sido una de las pandemias más mortíferas de la historia, comparable a la gripe española de 1918 y la peste bubónica. La enfermedad se propagó rápidamente por todo el mundo, provocando confinamientos masivos, colapso de sistemas sanitarios y una profunda crisis económica.
A pesar de los avances en el desarrollo de vacunas y tratamientos, el virus SARS-CoV-2 continúa circulando y mutando. La OMS advierte que la pandemia aún no ha terminado y que el virus ha llegado para quedarse.
Uno de los mayores desafíos que plantea el COVID-19 es el COVID persistente, una condición que afecta a un porcentaje significativo de personas recuperadas y que se caracteriza por una amplia gama de síntomas a largo plazo.
La comunidad internacional ha aprendido duras lecciones de esta pandemia y está trabajando para fortalecer los sistemas de salud y mejorar la preparación ante futuras amenazas sanitarias. La OMS ha propuesto un nuevo tratado internacional para prevenir futuras pandemias, pero las negociaciones aún están en curso.
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En resumen, el COVID-19 ha dejado una huella imborrable en la historia de la humanidad. Cinco años después, seguimos enfrentando las consecuencias de esta pandemia y debemos seguir trabajando juntos para construir un futuro más seguro y resiliente.